Por: Marita
Hace unas semanas me encontraba en un tren que me llevaría desde la ciudad de Munich, Alemania hasta Graz, en Austria.
Esa mañana como todas en las que parto de una ciudad a otra, en la estación me llené de periódicos, una gran taza de té negro y luego de encontrar mi salida, me dispuse a buscar mi asiento dentro de los vagones del viejo Interalpino.
Mientras me decidía en cual de los compartimentos sentarme, escogí el que estaba más vacío: dentro de este un delgado hombre con cara circunspecta era el único pasajero. Al saludo de “Grüße Gott” tomé el asiento del lado de la ventana y me dispuse a disfrutar del largo viaje de casi seis horas.
De vez en cuando me distraía el movimiento frenético de las manos del hombre, en ellas frotaba mirando quedo una pequeña cajita de madera. Luego volteaba la vista y suspiraba, contemplando el precioso paisaje de casitas tirolesas y verdes montañas. A veces se tomaba la cabeza entre las manos y miraba el piso del vagón. No paraba de tomar un líquido amarillo en una botellita transparente, que a ratos dejaba descansar en el asiento vacío del lado.
Cuando el inspector de boletos entró a pedirnos los pasajes, el nerviosismo del hombre más que obvio: todo se le caía, su pasaporte, la botellita resbaló, la dichosa cajita de madera lo pareció hacer por un minuto pero este frenó el hecho sujetándola fuertemente entre las rodillas. El inspector lo miró, le sonrió amablemente para luego despedirse y continuar su camino.
Ante los repetidos suspiros, no pude evitar mirar al hombre a los ojos y preguntarle si necesitaba algo. En ellos pude notar claramente el alivio que sintió ante mis palabras. Me miró fijamente, preguntó por mi destino, lo cual ante mi respuesta, sonrió y respondió: “entonces hay tiempo”
Y fue cuando empezó a relatar su historia.
“Nací en Irán hace 46 años. Cuando era niño y mi patria era libre, al menos gobernada por el Shá, conocí a Nasrim. Ella tenía mi edad, 16 años”
“Desde el momento exacto en que la vi supe que era el amor de mi vida. Tenía una hermosa cabellera ondeada como el desierto y negra como la noche. Su piel tenía el divino color de los dorados y oscuros sangak –me explicó que era un tipo de pan hecho de harina integral- que vendía junto con su madre en el pueblo”
“Todas las mañanas me levantaba muy temprano sólo para verla. Nos enamoramos y decidí pedirles a mis padres me ayudaran a hacerla mi esposa. Nosotros practicamos la religión zoroástra, pero la familia de ella es islámica, con lo cual mis padres se negaron. Lo peor fue que ese mismo año, el Ayatolah Jomeini llegó al poder. La guerra estalló así que tuvimos que huir del país. Mi familia se refugió en Frankfurt, pero luego me mudé a Berlín donde he estado viviendo hasta hace unos meses que perdí el trabajo. Luego supe que Nasrim y su familia huyeron a los Estados Unidos”
“En el transcurso de los años nos enviábamos cartas, hasta que un día no volví a recibir una más. Trate de llamarla por teléfono, allá en el año ´82 y me dijeron que esta se había casado. Me partió el corazón, estaba desesperado, me sentía morir. No podía creer que mi princesa me había olvidado.
Luego supe que su familia la había obligado a hacerlo, con un mercader iraní islamita que también había huido a California”
“Decidí hablarle como diera lugar y lo hice. Me contó en una conversación telefónica y entre lágrimas que me había esperado, pero que ya no podía negársele a sus padres, lo cual entendí. Me pidió que no la llamara más a lo cual, le prometí que no descansaría hasta algún día estar juntos, que nos volveríamos a ver así fuera antes de morir”
“Los años han pasado desde ese entonces. Hace un año que cumplí los cuarenta y cinco, tuve una depresión tan fuerte que me hizo perder mi trabajo. Me encerré en mi casa y no quería salir. Me sentía viejo, acabado. Pensaba mucho en Nasrim, en todos los años que me fueron robados. Evocaba sus lágrimas de despedida, mis promesas, mi juventud”
“Y hace ocho meses me encontré con un viejo amigo de ambos, Pahr quien me contó bajo juramento de confidencia, que el esposo de Nasrim había fallecido hace catorce años, sin hijos. Luego de eso, ella me había estado buscando, que sus hermanos se lo habían prohibido y aun así ella había escapado a Frankfurt a verme y que no me había encontrado”
“Cuando escuchaba a Pahr no pude más que tirarme al piso, llorar y agradecer a los dioses. La había recuperado. Estaba loco de la alegría. Me amaba aún. Decidí que esa misma noche la llamaría lo cual hice”
“Llamé al número que Pahr me había dado. Un familiar respondió muy molesto. Me hizo largas y la negaba. Finalmente me prohibió volviera a llamar, aduciendo que Nasrim, mi Nasrim había muerto a su regreso a California”
“¿Se imagina usted lo que sentí en ese momento? Toda mi vida se iba con ella, mis sueños, mis años, mis promesas”
“Fue entonces que decidí hacer lo imposible, sólo para llegar a las Américas. Tenía que visitar su tumba y pedirle perdón por no haber cumplido con el honor de mi palabra”
“Conseguí un trabajo en USA y en la empresa se comprometían a costear el pasaje, tramité mi pasaporte, todos mis papeles con la esperanza de llegar allí tan rápido como sea posible, se supone que debía de viajar allá esta semana”
“Pero hace dos semanas recibí un llamado. El llamado que me ha cambiado la vida. Cuando levanté el auricular y escuché la voz, supe que todos estos años de espera no habían sido vanos. No podía creer que ese sonido retumbara en mis oídos. Al otro lado del teléfono oía la voz de ella, de Nasrim diciéndome que estaba en Viena, que estaba en casa de una amiga, que después de su huida, su familia ya no la quería mas”
“Hoy, cuando lleguemos a la estación, la veré ¡la veré luego de casi treinta años! Y en esta cajita tengo el brazalete de bodas de mi madre porque le pediré que sea mi esposa. Es por eso que estoy muy nervioso, dígame usted, ¿me veo bien?”
No sabía que decirle, en verdad estaba muda ante el relato, ante la pulcritud de sus palabras pero sobre todo, ante su paciencia y persistencia. Ante sus esperanzas. Había sumido su vida a una espera que le había costado a este hombre treinta años de su vida. No se había casado ni tenido hijos, esperando a la mujer de la que estaba enamorado ¿pero es que cuánto puede esperar una persona por otra? ¿Cuántos años? ¿Cómo fue que no la olvidó?
Le dije que sí, que se veía estupendo, lo animé, seguro y ella estaba tan nerviosa como él. Traté de darle ánimos. Me dio las gracias por haberlo escuchado.
Cuando llegamos a la estación de Viena, nos despedimos con un fuerte apretón de manos. Cogió su pequeña maleta y con la cajita en las manos salió casi volando del tren.
El tiempo de espera en la estación –casi cinco minutos- me permitió buscar a ambos con la mirada. Desde la ventanilla pude ver a una mujer madura, muy bella. No se como pude saber que era Nasrim: si bien tenía el cabello tan largo, este era de color gris, aunque en verdad tenía un color de piel precioso.
Estaba parada con un ramo de flores violetas. Cuando el hombre se acercó, se miraron por un buen rato, se abrazaron y empezaron a restregar sus cabezas en el pecho del otro como en un pequeño ritual, llorando entre las miles de personas que apuradas y distraídas subían y bajaban de los trenes en la estación. El parecía mostrarle la pequeña cajita de madera y ella sólo lloraba.
El tren empezó a andar y poco a poco ambas figuras fueron tornándose más pequeñas, hasta que los perdí de vista. Luego caí en la cuenta que curiosamente no había preguntado al hombre su nombre.
Cogí mi Moleskino y empecé a escribir para no olvidar detalles.
Solo quise compartir esta historia.
Hace unas semanas me encontraba en un tren que me llevaría desde la ciudad de Munich, Alemania hasta Graz, en Austria.
Esa mañana como todas en las que parto de una ciudad a otra, en la estación me llené de periódicos, una gran taza de té negro y luego de encontrar mi salida, me dispuse a buscar mi asiento dentro de los vagones del viejo Interalpino.
Mientras me decidía en cual de los compartimentos sentarme, escogí el que estaba más vacío: dentro de este un delgado hombre con cara circunspecta era el único pasajero. Al saludo de “Grüße Gott” tomé el asiento del lado de la ventana y me dispuse a disfrutar del largo viaje de casi seis horas.
De vez en cuando me distraía el movimiento frenético de las manos del hombre, en ellas frotaba mirando quedo una pequeña cajita de madera. Luego volteaba la vista y suspiraba, contemplando el precioso paisaje de casitas tirolesas y verdes montañas. A veces se tomaba la cabeza entre las manos y miraba el piso del vagón. No paraba de tomar un líquido amarillo en una botellita transparente, que a ratos dejaba descansar en el asiento vacío del lado.
Cuando el inspector de boletos entró a pedirnos los pasajes, el nerviosismo del hombre más que obvio: todo se le caía, su pasaporte, la botellita resbaló, la dichosa cajita de madera lo pareció hacer por un minuto pero este frenó el hecho sujetándola fuertemente entre las rodillas. El inspector lo miró, le sonrió amablemente para luego despedirse y continuar su camino.
Ante los repetidos suspiros, no pude evitar mirar al hombre a los ojos y preguntarle si necesitaba algo. En ellos pude notar claramente el alivio que sintió ante mis palabras. Me miró fijamente, preguntó por mi destino, lo cual ante mi respuesta, sonrió y respondió: “entonces hay tiempo”
Y fue cuando empezó a relatar su historia.
“Nací en Irán hace 46 años. Cuando era niño y mi patria era libre, al menos gobernada por el Shá, conocí a Nasrim. Ella tenía mi edad, 16 años”
“Desde el momento exacto en que la vi supe que era el amor de mi vida. Tenía una hermosa cabellera ondeada como el desierto y negra como la noche. Su piel tenía el divino color de los dorados y oscuros sangak –me explicó que era un tipo de pan hecho de harina integral- que vendía junto con su madre en el pueblo”
“Todas las mañanas me levantaba muy temprano sólo para verla. Nos enamoramos y decidí pedirles a mis padres me ayudaran a hacerla mi esposa. Nosotros practicamos la religión zoroástra, pero la familia de ella es islámica, con lo cual mis padres se negaron. Lo peor fue que ese mismo año, el Ayatolah Jomeini llegó al poder. La guerra estalló así que tuvimos que huir del país. Mi familia se refugió en Frankfurt, pero luego me mudé a Berlín donde he estado viviendo hasta hace unos meses que perdí el trabajo. Luego supe que Nasrim y su familia huyeron a los Estados Unidos”
“En el transcurso de los años nos enviábamos cartas, hasta que un día no volví a recibir una más. Trate de llamarla por teléfono, allá en el año ´82 y me dijeron que esta se había casado. Me partió el corazón, estaba desesperado, me sentía morir. No podía creer que mi princesa me había olvidado.
Luego supe que su familia la había obligado a hacerlo, con un mercader iraní islamita que también había huido a California”
“Decidí hablarle como diera lugar y lo hice. Me contó en una conversación telefónica y entre lágrimas que me había esperado, pero que ya no podía negársele a sus padres, lo cual entendí. Me pidió que no la llamara más a lo cual, le prometí que no descansaría hasta algún día estar juntos, que nos volveríamos a ver así fuera antes de morir”
“Los años han pasado desde ese entonces. Hace un año que cumplí los cuarenta y cinco, tuve una depresión tan fuerte que me hizo perder mi trabajo. Me encerré en mi casa y no quería salir. Me sentía viejo, acabado. Pensaba mucho en Nasrim, en todos los años que me fueron robados. Evocaba sus lágrimas de despedida, mis promesas, mi juventud”
“Y hace ocho meses me encontré con un viejo amigo de ambos, Pahr quien me contó bajo juramento de confidencia, que el esposo de Nasrim había fallecido hace catorce años, sin hijos. Luego de eso, ella me había estado buscando, que sus hermanos se lo habían prohibido y aun así ella había escapado a Frankfurt a verme y que no me había encontrado”
“Cuando escuchaba a Pahr no pude más que tirarme al piso, llorar y agradecer a los dioses. La había recuperado. Estaba loco de la alegría. Me amaba aún. Decidí que esa misma noche la llamaría lo cual hice”
“Llamé al número que Pahr me había dado. Un familiar respondió muy molesto. Me hizo largas y la negaba. Finalmente me prohibió volviera a llamar, aduciendo que Nasrim, mi Nasrim había muerto a su regreso a California”
“¿Se imagina usted lo que sentí en ese momento? Toda mi vida se iba con ella, mis sueños, mis años, mis promesas”
“Fue entonces que decidí hacer lo imposible, sólo para llegar a las Américas. Tenía que visitar su tumba y pedirle perdón por no haber cumplido con el honor de mi palabra”
“Conseguí un trabajo en USA y en la empresa se comprometían a costear el pasaje, tramité mi pasaporte, todos mis papeles con la esperanza de llegar allí tan rápido como sea posible, se supone que debía de viajar allá esta semana”
“Pero hace dos semanas recibí un llamado. El llamado que me ha cambiado la vida. Cuando levanté el auricular y escuché la voz, supe que todos estos años de espera no habían sido vanos. No podía creer que ese sonido retumbara en mis oídos. Al otro lado del teléfono oía la voz de ella, de Nasrim diciéndome que estaba en Viena, que estaba en casa de una amiga, que después de su huida, su familia ya no la quería mas”
“Hoy, cuando lleguemos a la estación, la veré ¡la veré luego de casi treinta años! Y en esta cajita tengo el brazalete de bodas de mi madre porque le pediré que sea mi esposa. Es por eso que estoy muy nervioso, dígame usted, ¿me veo bien?”
No sabía que decirle, en verdad estaba muda ante el relato, ante la pulcritud de sus palabras pero sobre todo, ante su paciencia y persistencia. Ante sus esperanzas. Había sumido su vida a una espera que le había costado a este hombre treinta años de su vida. No se había casado ni tenido hijos, esperando a la mujer de la que estaba enamorado ¿pero es que cuánto puede esperar una persona por otra? ¿Cuántos años? ¿Cómo fue que no la olvidó?
Le dije que sí, que se veía estupendo, lo animé, seguro y ella estaba tan nerviosa como él. Traté de darle ánimos. Me dio las gracias por haberlo escuchado.
Cuando llegamos a la estación de Viena, nos despedimos con un fuerte apretón de manos. Cogió su pequeña maleta y con la cajita en las manos salió casi volando del tren.
El tiempo de espera en la estación –casi cinco minutos- me permitió buscar a ambos con la mirada. Desde la ventanilla pude ver a una mujer madura, muy bella. No se como pude saber que era Nasrim: si bien tenía el cabello tan largo, este era de color gris, aunque en verdad tenía un color de piel precioso.
Estaba parada con un ramo de flores violetas. Cuando el hombre se acercó, se miraron por un buen rato, se abrazaron y empezaron a restregar sus cabezas en el pecho del otro como en un pequeño ritual, llorando entre las miles de personas que apuradas y distraídas subían y bajaban de los trenes en la estación. El parecía mostrarle la pequeña cajita de madera y ella sólo lloraba.
El tren empezó a andar y poco a poco ambas figuras fueron tornándose más pequeñas, hasta que los perdí de vista. Luego caí en la cuenta que curiosamente no había preguntado al hombre su nombre.
Cogí mi Moleskino y empecé a escribir para no olvidar detalles.
Solo quise compartir esta historia.
ESTIMADO RENÁN PALACIOS URIBE :
ResponderEliminarLA HISTORIA QUE RELATA MARITA ES UNA MUESTRA QUE SIEMPRE ESTOY ATENTO A TU BLOG.
HAS SELECCIONADO UN ESTUPENDO HOMENAJE PRIMAVERAL QUE TUS LECTORES SABRÁN RECOMENDAR.EL TU SABES QUE COMO AQUELLA GRAN CANCIÓN EN LA QUE PARTICIPASTE HACE APENAS UNOS CUANTOS AÑOS EN NUESTRA QUERIDA TIERRA : " EL AMOR NOS GUIARÁ "
LUIS
http://aquijeinforma.blogspot.com
RENAN:
ResponderEliminarQUISE DECIR SABRÁN RECOMENDARLA.
TENGO SIEMPRE EL INCONVENIENTE QUE LOS GRANDES RELATOS ME EMOCIONAN Y ESCRIBO AL IMPULSO DEL CORAZÓN;SIENDO ASÍ, LOS ERRORES ORTOGRÁFICOS PUEDEN SER PASADOS POR ALTO.
¡QUE DISTINTA ES LA POLÍTICA ¡
LUIS
NO EXISTE EL TIEMPO CUANDO SE AMA DE VERDAD, HAY UNA CANCION Q DICE "MIL AÑOS ESPERARIA POR TI", CUANTO AÑOS VIVIMOS LOS HUMANOS,NO MAS DE 80, PERO EL AMOR DURA UNA ETERNIDAD, SIN TIEMPO, SIN ESPACIO, SOLO EXISTE, ME LLENA DE ALEGRIA QUE ELLOS SE HAYAN REENCONTRADO Y AL MENOS DOS SERES HUMANOS SON FELICES EN ESTE DURO MUNDO, EN EL QUE NO PREVALECE EL AMOR, PERO AHI ESTAMOS LOS QUE LUCHANOS POR SEGUIR AMANDO. MARD2112 11.08.2010
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