¡Apaguen el maldito cigarro!
Categories: General, Opinión
De humo, desubicados y otros rollos.
Por Marita
Con motivo de discutir el como finalizar un trabajo universitario, quedé en encontrarme con Helga para almorzar. Decidimos reunirnos en un pequeño restaurant tailandés ubicado en el centro histórico de la ciudad. Me encontraba hambrienta asi que, mientras la esperaba (de hecho esta llevaba cinco minutos tarde) decidí hacer mi pedido: un exquisito pollo al curry con crema de coco. Helga apareció apenada disculpándose por la tardanza y luego empazamos la plática que se prolongó por horas.
En uno de esos momentos y justo cuando ambas nos disponíamos a degustar de postre unas deliciosas bolitas de plátano fritas con ron, una conocida pestilencia distrajo mis papilas: una mujer, muy emperifollada por cierto, sentada en la mesa de al lado, fumaba complacida un horrible cigarro negro. Y digo horrible porque el olor me hizo revolver el estómago y mis hermosas bolitas de platanito frito quedaron relegadas al extremo de la mesa.
Traté disimuladamente y con señas y gestos de llamar su atención para hacerle saber que el humo nos estaba molestando, pero la mujer no pareció inmutarse. Acto seguido, me paré, acerqué ya deliveradamente y le pedí que por favor apagara ese cigarro ya que la mayoría de personas nos encontrábamos comiendo. Se limitó a disculparse…y continuó fumando.
La situación nos forzó a Helga y a mí a salir a tomar un café a uno de los tantos cafés que abundan por el casco histórico. En el camino, mientras nos dirigíamos a pie al pequeño “Katzung” un muchacho que andaba delante de nosotras…también fumaba. Como el viento enviaba el penetrante olor a nuestras narices, decidimos apresurar el paso y “pasar al chico por delante”.
Ya en el café, desde la entrada el olor a cigarro era insoportable, lo que redujo la interesante tertulia al cinco por ciento del tiempo real que hubiéramos compartido de sentirnos más cómodas. A las finales, luego de la despedida, nos dimos cuenta que caía una ducha, perdón, lluvia fuertísima en la calle. Me acusaba un cansancio atroz en las piernas, así que decidí tomar el tranvía que me llevaría a casa. Ya en la estación de trenes, cual sería mi fastidio al ver un grupo de muchachos monopolizando los asientos de espera techados, lo único que protegía a todos los allí presentes de la intensa lluvia. Los chicos estaban…fumando como unos condenados. Lanzaban el humo a diestra y siniestra a todos los torturados pasajeros que esperábamos frustrados la pronta llegada del tranvía.
No me explico aún como la gente no toma conciencia del respeto que nos merecemos el resto de personas que no fumamos. No hay conciencia. Si una persona quiere fumar no pasa nada…el problema viene cuando lo quiere hacer en cualquier lugar ¿y que pasa con el resto que no fumamos? ¿hasta cuando nos tenemos que comer el humo? ¿es que nuestra salud no es importante o que? Lo peor de todo es que existen las leyes contra el tabaco, pero muchos dueños de bares y restaurantes prefieren no decir nada “para no molestar a sus comensales”.
El problema es que esto pasa en todos lados… en el Perú lo pude notar la última vez que fui: la gente fuma sin importar quien esté al lado, estos pareciera se creen con todo derecho de envenenar los pulmones a todo el mundo.
¿Cuándo llegará el momento que algún iluminado piense en las millones de personas que detestamos el asqueroso olor de cigarro? Leí por allí que Argentina ha empezado por prohibir fumar en lugares públicos pero ojalá y la ley se cumpla. Porque una cosa es lo que la ley diga, y otra es lo que el 90% de la gente que fuma en los cafés o restaurants haga.
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De humo, desubicados y otros rollos.
Por Marita
Con motivo de discutir el como finalizar un trabajo universitario, quedé en encontrarme con Helga para almorzar. Decidimos reunirnos en un pequeño restaurant tailandés ubicado en el centro histórico de la ciudad. Me encontraba hambrienta asi que, mientras la esperaba (de hecho esta llevaba cinco minutos tarde) decidí hacer mi pedido: un exquisito pollo al curry con crema de coco. Helga apareció apenada disculpándose por la tardanza y luego empazamos la plática que se prolongó por horas.
En uno de esos momentos y justo cuando ambas nos disponíamos a degustar de postre unas deliciosas bolitas de plátano fritas con ron, una conocida pestilencia distrajo mis papilas: una mujer, muy emperifollada por cierto, sentada en la mesa de al lado, fumaba complacida un horrible cigarro negro. Y digo horrible porque el olor me hizo revolver el estómago y mis hermosas bolitas de platanito frito quedaron relegadas al extremo de la mesa.
Traté disimuladamente y con señas y gestos de llamar su atención para hacerle saber que el humo nos estaba molestando, pero la mujer no pareció inmutarse. Acto seguido, me paré, acerqué ya deliveradamente y le pedí que por favor apagara ese cigarro ya que la mayoría de personas nos encontrábamos comiendo. Se limitó a disculparse…y continuó fumando.
La situación nos forzó a Helga y a mí a salir a tomar un café a uno de los tantos cafés que abundan por el casco histórico. En el camino, mientras nos dirigíamos a pie al pequeño “Katzung” un muchacho que andaba delante de nosotras…también fumaba. Como el viento enviaba el penetrante olor a nuestras narices, decidimos apresurar el paso y “pasar al chico por delante”.
Ya en el café, desde la entrada el olor a cigarro era insoportable, lo que redujo la interesante tertulia al cinco por ciento del tiempo real que hubiéramos compartido de sentirnos más cómodas. A las finales, luego de la despedida, nos dimos cuenta que caía una ducha, perdón, lluvia fuertísima en la calle. Me acusaba un cansancio atroz en las piernas, así que decidí tomar el tranvía que me llevaría a casa. Ya en la estación de trenes, cual sería mi fastidio al ver un grupo de muchachos monopolizando los asientos de espera techados, lo único que protegía a todos los allí presentes de la intensa lluvia. Los chicos estaban…fumando como unos condenados. Lanzaban el humo a diestra y siniestra a todos los torturados pasajeros que esperábamos frustrados la pronta llegada del tranvía.
No me explico aún como la gente no toma conciencia del respeto que nos merecemos el resto de personas que no fumamos. No hay conciencia. Si una persona quiere fumar no pasa nada…el problema viene cuando lo quiere hacer en cualquier lugar ¿y que pasa con el resto que no fumamos? ¿hasta cuando nos tenemos que comer el humo? ¿es que nuestra salud no es importante o que? Lo peor de todo es que existen las leyes contra el tabaco, pero muchos dueños de bares y restaurantes prefieren no decir nada “para no molestar a sus comensales”.
El problema es que esto pasa en todos lados… en el Perú lo pude notar la última vez que fui: la gente fuma sin importar quien esté al lado, estos pareciera se creen con todo derecho de envenenar los pulmones a todo el mundo.
¿Cuándo llegará el momento que algún iluminado piense en las millones de personas que detestamos el asqueroso olor de cigarro? Leí por allí que Argentina ha empezado por prohibir fumar en lugares públicos pero ojalá y la ley se cumpla. Porque una cosa es lo que la ley diga, y otra es lo que el 90% de la gente que fuma en los cafés o restaurants haga.
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