Por: Eduardo Adrianzén (Publicado en el Diario La República, Domingo 29 Enero 2012)
Eduardo Adrianzén (Columnista) |
A mi generación no tienen que contarle cómo fueron los durísimos años 80. Los vivimos, los sufrimos, y quienes aún estamos aquí es porque tuvimos la suerte de sobrevivir. Miles no fueron tan afortunados. De los aproximadamente 69 mil muertos que la Comisión de la Verdad y Reconciliación calcula tuvo el conflicto armado de 1980-1992, un gran porcentaje eran jóvenes menores de 30 años. Soldados, policías, senderistas, campesinos, citadinos: el baño de sangre que inició el delirio del “camarada Gonzalo” no discriminó a nadie.
Los que andamos entre los 40 y 50 años y nos tocó ser jovenzuelos en aquella época tenemos demasiadas historias tristes que contar. Pero no hay punto de comparación entre los recuerdos limeños de atentados y apagones, con lo ocurrido en las zonas de emergencia. Allí a la gente le asesinaban a toda su familia, le obligaban a dejar su tierra y le destruyeron la vida. Y si algo se sabía entonces es que los senderistas no eran una abstracción. Eran presencias reales, concretas. No tenían tres ojos ni ocho patas, ni solo ponían bombas. También hacían un astuto trabajo político y sabían captar adeptos. Vaya que sabían.
Los enemigos de la CVR despotrican de esta (entre otras cosas) porque en sus conclusiones reconoce a SL como partido político en vez de llamarlos banda de asesinos, malditos, basuras, etc. Al margen de que un documento serio no podría usar esos términos si desea explicar eventos históricos con algo más que un lenguaje de barra brava, nos guste o no, obviamente, SL sí era un partido político, por más que el “pensamiento Gonzalo” sea retórica fundamentalista que no aguanta análisis lógicos o que su objetivo fuese liquidar el universo. Tanto lo era que ya tiene sucesores que crecieron en nuestras narices. De paso, la concreta existencia del Movadef es también una bofetada a la ceguera y soberbia de quienes juraban que el famoso “chorreo” iba a solucionar absolutamente todos los problemas del Perú. Qué cómodo es llamarlos hoy brutos e ignorantes, cuando la educación sigue siendo la última rueda del coche, o desmemoriados, cuando aquí se rinde culto a la amnesia y se boicotean museos para combatirla. Al país “oficial” nunca se le pasa por la cabeza que el eterno racismo, las playas privadas, los muertos en Bagua, las estadísticas de tuberculosis, las brechas sociales y la ostentación grosera de una clase privilegiada cada día más abusiva son gasolina para seguir incendiando esa pradera.
Los 300 mil que firmaron por la inscripción del Movadef no son extraterrestres, ni caníbales, ni habitantes de Melmac. No son “los otros”: son peruanos, como usted o como yo. Viven y trabajan normalmente, quizá sirviendo café en Eisha, lavando autos del año o estudiando en la misma academia que su hijo, aunque le aterre imaginarlo. Son peruanos enojados y muy decepcionados por el sistema que buscan creer en algo, y en vez de meterse a la secta Pare de Sufrir prefieren admirar a un mesías de pacotilla que propone arrasarlo todo para empezar de nuevo. Así de simple y así de triste. Y si queremos rechazar pacíficamente sus ideas enarbolando la democracia como bandera, empecemos por comprender por qué reaparecieron y existen. Al cabo, SL fue nuestro propio engendro: el monstruo que parió una sociedad que hace siglos aún no puede –ni quiere– resolver sus terribles contradicciones.