miércoles, 13 de abril de 2011

Besarás el anillo

Gerardo Saravia (Revista Ideele)

Ollanta Humala Tasso
Mientras un candidato es pasado por "el callejón oscuro" político y mediatico, haciendole expiar culpas ciertas e inciertas, una candidata sube piola y calladita, sin que nadie le pida cuentas. Como diría un cómico mexicano ¿Qué nos pasa?

A veces pareciera que en el país los avances libertarios y democráticos son una ilusión óptica. De pronto ocurren circunstancias que nos devuelven a nuestra anacronía. Por ejemplo: los periodos electorales. Si se dijo algo antes, no vale. Si criticaste, planteaste, gritaste, gemiste, levantaste. Nada. En campaña electoral todo vuelve a fojas cero. Tiempo de limpiarse, forrarse y aggiornarse. Vaya palabreja.

Ahora que algunas ideas peligrosas como el aborto o el derecho de las minorías empiezan a ventilarse de manera explícita en los pasadizos nacionales, se está imponiendo también, como norma electoral, una especie de limbo al que deben acudir todos aquellos que tengan pretensiones presidenciales, para ganarse el perdón divino.

De candidatos a candidazos

Los principales candidatos a la presidencia del Perú decidieron hacer un alto en su campaña a fin de pasar por el confesionario y besarle el anillo al Cardenal, para declarar luego, en una especie de exorcismo mediático, su deslinde con tal o cual planteamiento de corte liberal. No importa si en ese lapso de candidatos pasaron a candidazos.

Le sucedió a Alejandro Toledo, quien luego de declararse partidario de la despenalización del aborto, de la unión civil entre personas del mismo sexo y mostrarse de acuerdo con que se debata la legalización de la droga, tuvo que hacer una conferencia para traducirse a sí mismo. Se le había entendido mal. No quiso decir lo que todo el mundo escuchó que decía.

Le sucedió a Ollanta Humala, quien no esperó la necesidad de una rectificación. Se acordó de su campaña en el 2006, miró a su costado lo que pasaba con Toledo y corriendito se colgó de las faldas cardenales. Humala no puede con su genio y, más que un soldado en penitencia, parecía un Torquemada. Si a usted le pareció ridículo, al comandante le resulto exitoso. Su ascenso había comenzado.

Lo curioso es que los medios más retrógrados estaban jugando, sin saberlo, para su enemigo favorito. Al satanizar a Toledo con el tema de aborto, la droga y la unión gay le indicaron el camino a un Ollanta- con asesoría brasilera de por medio- que demostró que es más amigo de los votos que de la verdad. Durante su trayecto a la catedral debió haberse acordado que en algún año de artillería le enseñaron lo bien que lucía el verde uniforme con la sotana.

Sin dudas ni murmuraciones

Lo que hasta el momento nos está demostrando esta campaña electoral es la constatación que la democracia en nuestro país pinta bonito pero sabe fatal. No hay lugar para la disidencia.

Resulta irónico escuchar a nuestros mejores panelistas reclamar por un debate de ideas y propuestas más profundo, criticando a su vez las puyas y las faranduladas. Sin embargo, cuando entran estas propuestas en debate y algunas de ellas se convierten en serios cuestionamientos al modelo, los mismos que han demandado mayor solidez no lo piensan dos veces y agarran su puesto en la orquesta. ¿De qué estamos hablando? Que en el país hay temas vedados. Han fabricado una frontera invisible y prohibida.

Se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con Humala, como con cualquiera de los candidatos. Las ideas expuestas en su plan de gobierno son debatibles, cuestionables pero no incinerables. Es sano para una democracia que cada cinco años examinemos los pasos dados y es necesario exigirle a los candidatos transparencia en sus postulados. Pero eso no vemos en nuestro país. Se critica la vacuidad de la campaña pero a la hora en que se pone densa y se empiezan a poner en cuestión temas cruciales como el modelo de crecimiento, la equidad, el rol de los medios o el derecho de las minorías emerge el callejón oscuro como la más moderna forma de expiar culpas que ni siquiera son tales. La satanización a priori es la expresión más burda de una democracia endeble.

El caso de Ollanta Humala es aleccionador. Nos sorprendió en el televisor una mañana cualquiera con rostro de monaguillo, rosario en mano al lado de su esposa. Acababa de conversar con el cardenal José Luis Cipriani y declaraba compartir ideas comunes como la defensa de la vida y la oposición a las uniones gay. Ollanta solito colocó en el index su plan de gobierno (y la encuesta respondida a Ideele) en donde se mostraba partidario de este tipo de reivindicaciones.

Lo curioso es que los políticos, analistas y medios de comunicación no criticaron- en ese momento- la falta de coherencia del comandante. Al contrario una revista se interrogaba escéptica ¿de verdad habrá cambiado? Como si la doblez no sería motivo suficiente de escarnio. Pero eso no preocupaba. El debate era si este Humala mansito y conservador no sería en realidad el incendiario de siempre disfrazado.

El giro le dio resultado al comandante y obligó a sus contrarios a cambiar el libreto. Todos los demás candidatos querían pasar con Ollanta pues creían garantizar así su triunfo en segunda vuelta. Cuando la elección se empieza a confundir, los de abajo suben y viceversa, el pánico cunde. Se desempolvó entonces el manual del 2006.

Humala desesperado firmó un compromiso diciendo más o menos lo que dijo que no dijo en EE.UU (así de claro es cuando quiere hacerse entender) la vez que un intelectual peruano denunció que el candidato nacionalista se había reunido con empresarios extranjeros para explicarles que sus inversiones iban a seguir vivas y coleando, y que no le hagan mucho caso a su discurso.

Nuestros afanados censores no aplaudieron, sí apanaron. El compromiso no era suficiente, no confían nadita . Dos de nuestros más distinguidos periodistas convinieron en sugerirle que tirase su plan de gobierno a la basura y que diga que gobernará solo con su acta de compromiso. ¿No es un exceso?

Mientras tanto, la Bolsa se desplomaba de manera inversamente proporcional a como Humala subía en las encuestas. Al menos eso decían los periódicos. No importa que al día siguiente se recuperara y que el presidente de dicha entidad negara en todos los tonos que la variación tuviera que ver con los humores políticos nacionales.

Un diario de circulación nacional publicó su portada vestida de negro. Los canales de televisión propalaron reportajes en que sesudos economistas daban la alerta sobre la catástrofe financiera que se avecina si Humala gana las elecciones. Las cosas no tardaron en regresar a la normalidad. Parece que los inversionistas se parecen entre sí: ¿Para qué pelearse por adelantado con un candidato tan ambiguo como Humala?

Otros analistas más comedidos dijeron que no se satanice tanto a Humala, ya que la victimización podía acarrearle más puntos. ¿De eso se trata? ¿Ese es nuestro rol?

¿Ni lobo ni cordero?

Los temores en torno al comandante Ollanta Humala pueden ser fundados. Su apego a Chávez en el 2006 y algunos puntos de su plan de gobierno despiertan un comprensible recelo en cierto sector empresarial y los dueños de los medios de comunicación. Pero así como se exige que los candidatos no deben patear el tablero en ninguna circunstancia, debería ser mutuo: el sistema no debe patearle el tablero a un candidato que no sintonice con sus hervores.

Uno de los principales argumentos en contra de Humala es el riesgo que cambie el modelo económico que ha traído crecimiento en el país. De esta manera busca incluirse a la población en una encrucijada que no necesariamente es la de todos. En primer término, Humala no propone otro modelo (¿será porque no existe realmente otro?) sino algunos cambios con los que sin duda discrepará algún sector económico. Entonces lo serio es analizar el costo-beneficio de la propuesta nacionalista tal cual, sin miedos ni tergiversaciones.

Humala ciertamente tiene una serie de pasivos, que hacen de él una alternativa preocupante en la segunda vuelta dentro de la perspectiva de democracia y la estabilidad social. Por ejemplo:

- Que de ser elegido presidente agudice sus rasgos autoritarios, plantee algunas reformas que el Congreso rechace y decida cerrarlo. Que por las malas ordene una nueva Constituyente con el fin de reelegirse eternamente. Que someta a la voluntad del Ejecutivo los demás poderes del Estado y utilice a instituciones tipo el Tribunal Constitucional. Que aproveche esta concentración de poderes para beneficiarse económicamente. Que no dude en usar toda la fuerza de la ley y de la no-ley para enfrentar a sus adversarios.

Esos son los riesgos de Ollanta Humala como presidente. Sin embargo quien ya hizo todo eso cuando estuvo en el poder fue Alberto Fujimori. Y Keiko Fujimori, su hija, fue primera dama en casi todo este proceso.

Es decir, el fujimorismo ya hizo todo lo que se teme que Humala pueda hacer. ¿O en realidad esos nos son los temores y solo se defienden pequeñas parcelas de poder en nombre de la democracia y un Estado de derecho que cuando se quiere se le patea?

Sus críticos hablan de un salto a lo desconocido y tienen razón. Sin embargo, se olvidan que es legítimo hacer planteamientos que cuestionen el actual orden económico, del cual hasta ahora solo se nos muestran sus bondades (enhorabuena), pero se soslayan sus límites y profundas imperfecciones.

Uno de los riesgos del candidato de Gana Perú es que llegue al gobierno y se desentienda de su plan de gobierno, les de forata a sus asesores, se pelee con sus congresistas y de pronto pida refuerzos en otras bancadas que acudirán prestas al llamado. El guión no seria original. El estreno lo vimos en 1990, en nuestro país. Una copia pirata se realizó en Ecuador protagonizada por un tal Lucio Gutiérrez, y nuevamente en nuestra patria, el 2006, García se aventuró a un remake. La fórmula es sencilla: hacer lo opuesto al plan de gobierno.

Si usted piensa que eso viola lo más elemental de un contrato social ente electores y elegidos, le informo que está pasado de moda. Nuestros más modernos periodistas hace rato le remiendan al candidato nacionalista deshacerse (tirar a la basura) su plan de gobierno. Ahorita.

Si Ollanta Humala cede a ese tipo de presiones y decide convertirse en una caricatura del ecuatoriano, sería oportuno recordar a quienes hoy promueven este giro la manera violenta en que Gutiérrez fue expulsado de la presidencia, originando una terrible inestabilidad en nuestro vecino norteño y preparando el camino a Rafael Correa.

Otro escenario posible es que Ollanta, muy aplicado en no defraudar a sus electores, se dedique con puntilloso rigor a iniciar la transformación prometida, para lo cual necesariamente deberá contar con un Congreso consensuado. Tal como van las cosas, esto no va a suceder. Lo más probable por la geografía que se avizora es que, apenas estrenado en el mandato, este Humala se las tenga que ver con una oposición mayoritaria.

No es difícil imaginarse lo que seguiría a esta historia: una gran movilización social que exija al mandatario el cumplimiento de sus promesas cobrándose el precio de despertar expectativas, un Congreso arisco y un Presidente que se debate entre dos autoritarismos de distinto color. ¿Tendrá Humala la capacidad de consensuar las reformas que propugna sin que esto derive en un estallido social de arriba o de abajo?

En eso consisten las dudas o el temor a lo desconocido, que nada tienen que ver con los temores sembrados ex profesamente, para anular una candidatura legítima. Serán los electores los encargados de cavilar si vale la pena o no correr el riesgo.

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