Por Rocío Silva Santisteban
(Diario La República) El primer debate político televisado en vivo y en directo que recuerdo fue el de Luis Bedoya Reyes y Héctor Cornejo Chávez, moderado por Alfredo Barnechea. Estaba en el colegio y me sentí muy impresionada por ambos oradores. Si bien el estilo de Bedoya me seducía más porque tenía correa y era menos confrontacional que Cornejo, el debate me fascinó y marcó mi interés en la política (por lo menos como espectadora). Fue memorable: Cornejo Chávez era uno de los profesores de derecho de la PUCP que más alumnos tenía como asistentes y no necesariamente matriculados; Bedoya un orador excepcional. Discutieron sobre ideas, ambas de cierta perspectiva política pero con grandes matices, y después de una hora, en podios los dos, se podría haber concluido con un empate técnico. Como escribió César Hildebrandt alguna vez: “Cornejo Chávez y su rabia brillante; Bedoya Reyes y su labia vacía”.
Leyendo la sección del blog de historia política de Fernando Tuesta me entra una tremenda nostalgia por los debates a la alcaldía de Lima de 1983. Barrantes, Grados Bertorini, el mismo Barnechea remixeado y Richard Amiel: un debate organizado por Intercampus de la Universidad del Pacífico, donde realmente se discutían posiciones políticas y asuntos técnicos municipales que, es necesario precisarlo, no planteaban el tremendo desafío que es hoy gestionar la caótica Lima. Sin embargo, quienes éramos jóvenes podíamos realmente apreciar la escrupulosidad técnico-milimétrica de Amiel, la elegancia fatua de Barnechea, la irritación de Grados Bertorini que se traducía en un vozarrón circunspecto o el quiebre de cintura a lo Celendín de Alfonso Barrantes Lingán. Y los aplausos al final eran sinceros.
¿Pero qué diablos nos pasó?, ¿qué sucedió en los debates electorales que cayeron en las alusiones imprecisas o los ataques a priori? Como bien recuerda Javier Torres, es a partir de 1990 que las campañas de demolición electoral comienzan y se olvida casi todo debate político de altura. La izquierda se viene abajo por evitar el deslinde frontal con Sendero Luminoso, el APRA apuesta todos sus recursos publicitarios al ataque a gritos con fondo de Pink Floyd y la derecha empalaga con su propaganda de monos que simulaban ser empleados estatales. Se arranca así con una etapa electoral que podríamos bautizar como la canción de Los Saicos: ratatatatatatannnn demoler-demoler-demoler-demoler… Y el resto es silencio o mentiras o injurias en primeras planas a colores ácidos como los de la prensa vendida de la época fujimontesinista. Goebbels nunca más omnipresente con su máxima “miente, miente que algo queda”. Los nazis eran los reyes de la propaganda y los fujimontesinistas residuales sus plagiarios estratégicos más vulgares. Esa mezcla de empobrecimiento de la política y mermelamiento de la prensa llega al paroxismo en el 2000. Hoy, diez años después, seguimos oliendo su hálito y un toque de autoritarismo cuando leemos el término “electarado” o que un periódico compara el puño en alto de Villarán con el de Guzmán. Como diría Guamán Poma: “y no ay remedio”.
Pero ¿por qué esta reacción desazonada y desbaratada que deja a un sector cavernícola con el fustán al aire?, ¿acaso más peligroso que un antisistema es un candidato de izquierda caviar? Sin duda alguna. Y vuelvo a citar a Torres: si desde hace veinte años en las campañas hay pocos demócratas, una izquierdista demócrata que convoca a populares y caviares es precisamente más peligrosa que nadie. Villarán molesta por demócrata, por eso la acusan de marxista o de terruca o de pituca. Pero como dice Renato Cisneros: “Soporte usted, Villarán, que muy pronto le dirán únicamente alcaldesa”.
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