Pólvora en gallinazos
pPor: Pablo Quintanilla
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Por: Pablo Quintanilla
La semana pasada tuve un intercambio de textos con Aldo Mariátegui (llamarlo discusión sería un exceso), quien es una versión exagerada de muchos otros periodistas con parecido estilo. Algunos amigos me dijeron que perdía mi tiempo, porque pretender hacerlo razonar es una tarea fútil y objetarlo es gastar pólvora en gallinazo. Deseo aclarar cuál fue mi intención y evaluar hasta qué punto se logró. Ciertamente no me interesó ponerlo en evidencia como un ejemplo de mal periodismo. Él lo hace mejor que yo.
Mi intención fue: (1) Aclarar cómo se usa y con qué objetivos el término caviar; que suele decir más de quien lo emplea que a quien se le califica. (2) Expresar una opinión acerca de buena parte del periodismo nacional. (3) Proponer una hipótesis explicativa acerca de lo que hay detrás de ese uso y de la manera como funciona ese tipo de periodismo.
(1) La palabra caviar, tal como se usa en el Perú, ha perdido todo significado descriptivo y se aplica de manera indiferenciada a casos que tienen poco en común. Independientemente de su origen, ideología y comportamiento, el supuesto caviar es alguien que tiene la osadía de objetar en algo el manual de verdades absolutas de la ultraderecha peruana. Así, el término solo sirve para descalificar a alguien o para bloquear una discusión. En toda sociedad moderna, los problemas nacionales deben ser discutidos públicamente, y esa es la función y responsabilidad de los medios de comunicación. Sin embargo, en nuestro país hay un sector que tiene como objetivo boicotear los debates públicos, clausurando toda discusión al calificar de caviar a quien sostiene una posición incómoda para la ultraderecha. Caviarizar a alguien es una manera de desacreditarlo para silenciarlo. Caviarizar un tema es una forma de expulsarlo del debate nacional. Los cazadores de caviares son los nuevos inquisidores: determinan qué se puede decir y qué no, qué es verdadero y qué es falso. A la vieja usanza inquisitorial, no dan razones para oponerse a algún punto de vista, atacan de manera ad hominem, según los supuestos pecados de los condenados, y realizan un auto de fe público en los medios de comunicación. No dan razones, porque no consideran que sea necesario, solo creen en la imposición de la autoridad. Por lo mismo, no creen en la democracia, que es un sistema político de autorregulación social basado en el intercambio de argumentos. Ya no queman gente en la hoguera porque la constitución lo prohíbe, pero sí lo hacen en los medios de comunicación.
(2) El sector periodístico que los apoya es exactamente el mismo que vendió su línea editorial a la dictadura fujimontesinista. Es también el que opera de manera coordinada para demoler a candidatos, destruir la honra de personas o enlodar a instituciones.
(3) La hipótesis: la mafia que se constituyó a comienzos de los 90 y que no llegó al gobierno el 2011, a pesar de la aparatosa ayuda que recibió, sigue activa, tiene poder económico y político, y una agenda a largo plazo. Está conformada por una triple alianza: una ultraderecha política sin ninguna vocación democrática; un grupo periodístico sin ética profesional; y un sector ideológico ultraconservador que tiene su propio manual de verdades absolutas, el cual incluye la tesis de que la sumisión intelectual es preferible a cualquier forma de cuestionamiento que ponga en riesgo su autoridad. Hasta fines de la década del 90, esa mafia intentó eternizarse en los cuatro poderes del Estado, pero fueron los supuestos caviares, las pocas instituciones democráticas que entonces quedaban, y los estudiantes de las universidades más reflexivas, los que le hicieron frente y la abatieron. Eso nunca lo perdonarán.
Es fácil reconocer el comportamiento mafioso de la triple alianza. Primero, actúan coordinadamente siguiendo planes teledirigidos; exactamente igual a como se hacía en los 90 desde el pentagonito. Segundo, tienen el objetivo de impedir toda discusión, distorsionando y empañando los debates de manera deliberada; de otra manera no se entiende la mala calidad de periodismo que cultivan.
Por supuesto hay otras tres hipótesis: que no lo hagan de manera deliberada y que solo proyecten al mundo la turbidez de sus propias mentes. O que lo hagan por interés crematístico, al haber descubierto que la basura mediática es adictiva para quienes no tienen la capacidad de sobreponerse a ella. O que haya un poco de las tres cosas.
En cualquier caso, mi hipótesis principal es que la finalidad última de la triple alianza es volver al poder y quedarse por varias décadas más, privilegiando el crecimiento económico pero bloqueando toda forma de diálogo público, por considerarlo en sí mismo riesgoso. Ellos piensan que la democracia es un lujo excesivo para países como el nuestro, que requieren solo de autoridad y obediencia. No saben que hoy día el desarrollo integral solo es posible con educación de calidad y espacios de reflexión crítica y que, por tanto, el crecimiento económico que no esté acompañado de educación no es permanente. La siguiente parece una prueba digna de ser tomada en cuenta: todos los periodistas reconocibles por empantanar el debate público han tenido o tienen vínculos objetivos con la mafia fujimorista.
Sin embargo, esta es solo una hipótesis y, como tal, puede ser refutada con evidencias y razonamientos. Pero lo siguiente sí es una predicción: ella no será objetada con argumentos. No se discutirá la hipótesis como tal, sino, en el mejor de los casos, se empleará un abanico de falacias y detalles irrelevantes para distorsionarla, caricaturizarla o minimizarla. Eso probará que tengo razón, que sí gasté pólvora en gallinazos, y que además di en el blanco.
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